Cookies

Utilizamos cookies propias y de terceros para mejorar nuestros servicios.

Viernes, 27 de Diciembre del 2024

Vivir con plenitud de sentido

Vivir con plenitud de sentido

En este artículo vamos a analizar y comentar el pensamiento de Viktor Frankl sobre la finitud de la vida y su sentido.

Comencemos con la siguiente frase: «No es decisiva la duración de la existencia, sino su plenitud de sentido. Si no existiera la muerte, la vida sería infinita y carecería de sentido» [1].

Al principio esta afirmación puede chocar un poco porque ¿no es cierto que tenemos deseos de vivir para siempre? Sí, es cierto. Pero que esta vida temporal sea finita no se contrapone con que vivamos para siempre. Lo que pasa es que al terminar esta vida finita, continuamos viviendo pero de una manera diferente. Porque así como es cierto que si la vida fuera infinita no tendría sentido, si nuestra vida no continuaría después de la muerte tampoco tendría sentido.

Por eso vale la pena hacer una consideración sobre los dos extremos que marcan bastante nuestro pensamiento contemporáneo y que nos hacen tanto mal. Por un lado, vivir como si esta vida fuera infinita, incluso intentando con los avances tecnológicos prolongar la vida lo más que se pueda. Cabe destacar que es bueno que busquemos que nuestra vida pueda transcurrir de la mejor manera posible e incluso  buscar prolongar la vida. Pero lo que nos hace mal es ignorar la finitud de la vida, vivir como si esta vida fuera infinita. Y por otro lado, vivir como si nuestra vida no continuará después de la muerte.

Trataré de explicar el porqué, analizando el pensamiento de Viktor Frankl. En una conferencia decía: «Imaginémonos por un momento qué ocurriría, cómo sería la vida, si no hubiese muerte. Imaginémonos que pudiéramos postergar absolutamente cualquier cosa, y que pudiéramos aplazarlo todo infinitamente. Nada tendríamos que hacer ni resolver hoy o mañana. Todo podría suceder exactamente igual dentro de una semana, de un mes, de un año, de un decenio, de cien o de mil años. Únicamente ante la muerte, solamente bajo la presión de la finitud, de la finitud temporal de la existencia humana, puede tener sentido actuar. Y no sólo actuar, sino también vivir. Y no solo vivir, sino también amar y también cualquier cosa que se nos imponga soportar y sufrir valerosamente» [2].

Es muy claro el razonamiento de Viktor Frankl. Si la vida fuera infinita no hay motivo para actuar de una manera o de otra y menos para soportar y sufrir lo que nos toque pasar en esta vida. No habría sentido para obrar o padecer, daría lo mismo lo que hagamos o dejemos de hacer ya que podríamos postergarlo infinitamente. Pero si es así le estamos quitando al hombre algo esencial, que es su capacidad de ser responsable. Dice Antoine de Saint-Exupéry en su libro Tierra de hombres:  «Ser hombre, significa precisamente ser responsable» [3]. Pero ¿qué responsabilidad tendría el hombre si no hay nada que tenga necesidad de hacer o padecer hoy y ahora? Algo similar ocurriría si después de la muerte no continuará la vida. Daría lo mismo lo que hagamos en esta vida ya que no tendría ninguna consecuencia y entonces tampoco habría ninguna responsabilidad para el hombre. Nuestra libertad ahora la ejercemos en el tiempo y esa libertad tiene indefectiblemente su responsabilidad asociada. Y si no fuéramos realmente libres y por ende responsables de nuestro obrar en sentido amplio, el hombre no podría amar y la vida carecería de sentido.

Cuando hablo de que estos extremos influyen en el pensamiento contemporáneo no me refiero a tratados de filosofía sino a nuestra vida cotidiana. ¿No es cierto que tantas veces retrasamos el hacer cosas que son importantes, como decirle a una persona que la queremos, como vencer algún miedo o la comodidad para hacer algo que nos ayudaría a crecer y ser mejores? 

Muchas veces llegamos tarde, nos damos cuenta de cosas importantes que no hicimos y que podríamos haber hecho cuando ya no podemos hacerlas. Muchas veces esas ocasiones, esos momentos de reflexión y arrepentimiento vienen dados por la muerte, quizás de un familiar o un amigo. Nos hubiera gustado hacer o decirle algo antes y ya no podemos. Pero justamente eso nos ayuda a crecer, a valorar lo importante. Siempre podemos aprender y volver a empezar. El arrepentimiento bueno es el que nos ayuda a cambiar y actuar de modo distinto en lo sucesivo. Si es solo remordimiento y se queda ahí, no sirve de mucho e incluso nos hace daño. Siempre podemos volver a empezar, ¡nunca es tarde!

Es bueno cultivar esa actitud de que siempre puedo aprender y que es lógico que nos equivoquemos muchas veces, pero no para justificarnos sino para cambiar y mejorar en lo sucesivo.

En definitiva, darnos cuenta, ser conscientes de la finitud de la vida y de que la vida continúa después de la muerte nos ayuda a vivir responsablemente, sin retrasar lo importante, nos hace vivir con plenitud de sentido.

 

[1] Elisabeth Lukas. Viktor E. Frankl. El sentido de la vida. El Pensamiento esencial de Viktor E. Frankl. Plataforma Editorial, 2008.

[2] Conferencia pronunciada por Viktor Frankl, el 23 de octubre de 1984 en Dornbirn.

[3] Antoine de Saint-Exupéry. Tierra de hombres.