
El trabajo es un juego infinito
El trabajo en sentido amplio, es decir, considerándolo no solo como empleo, es un juego infinito. El ser humano está hecho para trabajar. Lo propio del ser humano es trabajar. El trabajo nos dignifica. El trabajo nos permite servir a los demás y también dejarnos servir por los demás. Con el trabajo desarrollamos nuestra misión en el mundo. Toda persona tiene el derecho y el deber de trabajar. Si no se degrada.
Por eso, el trabajo es un juego infinito porque nunca termina y el objetivo del juego es continuar siempre trabajando. Es decir, continuar siempre poniendo nuestros dones, todo lo que recibimos, al servicio de los demás.
Y como es un juego infinito debemos trabajar con mentalidad infinita. Porque si vivimos el trabajo con una mentalidad finita, lo que haremos simplemente es trabajar con el fin de ganar cuando termine. Por ejemplo, solo trabajar con el fin de ganar plata para luego dejar de trabajar y “disfrutar” de la vida. O por ejemplo, si debo limpiar la casa lo haré pero solo con el fin de terminar y que esté todo limpio. Es decir, más que nada trabajaremos por un resultado, queriendo ganar el juego. Pero a la larga, como el trabajo es un juego infinito, vivir el trabajo de esta manera también nos termina degradando porque dejamos de hacer lo propio del ser humano, que es darse, que es amar.
Esto me recuerda a la parábola que cuenta Jesús: un hombre tuvo un gran año y su campo produjo una gran cosecha. Entonces pensó para sí, ¿qué haré? Construiré un granero más grande y almacenaré mi cosecha y luego me diré a mi mismo: alma mía tienes bienes para muchos años, descansa, come, bebe, banquetea alegremente. Este hombre vive su trabajo con mentalidad finita. Una vez que obtiene un buen resultado, algo que esperaba quizás hace tiempo, se cierra en sí mismo dejando de darse a los demás. Por lo que se termina degradando como ser humano.
Viktor Frankl define la autotrascendencia de la existencia como una característica esencial del hombre. Ser hombre implica dirigirse hacia algo o alguien distinto de uno mismo, bien sea para realizar un valor, bien para alcanzar un sentido o para encontrar a otro ser humano. Y concluye que cuanto más se olvida uno de sí mismo, al entregarse a una causa o a la persona amada, más humano se vuelve y más perfecciona sus capacidades [1].
Ahora bien, si vivimos el trabajo con mentalidad infinita, lo que queremos es continuar trabajando. Por lo que esto nos llevará a disfrutar del trabajo, no tanto esperando conseguir un resultado sino valorando el proceso. El proceso de aprender, de enseñar, de compartir, de construir, de cambiar lo que está mal, etc. Y estos procesos muchas veces son largos, difíciles, desafiantes pero sabemos que valen la pena porque fruto de nuestro trabajo seremos lo que estamos llamados a ser. Como dice Viktor Frankl la autorrealización no es un fin sino fruto de la trascendencia, es decir, de ese darse, de ese dirigirse hacia algo o alguien distinto de uno mismo.
De esta manera, vivir el trabajo con mentalidad infinita, nos permite vivir plenamente la vida ya que nos orienta a tomar decisiones que nos trascienden. Por ejemplo, al visitar catedrales se puede percibir que aquella gente que realizó ese trabajo no lo hizo para sí misma. Incluso hay esculturas o detalles arquitectónicos que nadie los ve. Esto nos da la pauta de que esas personas hacían su trabajo con mentalidad infinita, no por una ganancia inmediata ni siquiera para ser reconocidos sino que lo hacían para Dios, ofreciendo lo mejor que tenían. Es por esto que vivir el trabajo con mentalidad infinita favorece a alcanzar la plenitud personal porque es fruto de dar en cada momento lo mejor que tenemos.
A su vez, es importante hacer una consideración sobre el descanso. Al vivir el trabajo con mentalidad infinita, nos permite valorar más el descanso y trataremos de vivirlo bien porque es la forma de continuar trabajando. Si no descansamos bien, nos rompemos y no podemos seguir trabajando. Por lo que si trabajamos con mentalidad infinita cuidaremos el descanso para poder seguir trabajando.
Con lo cual, vivir el trabajo con mentalidad infinita, nos lleva a valorar los procesos sobre los resultados, a disfrutar de aquello que estamos haciendo sin esperar un resultado inmediato, a dar lo mejor de nosotros en cada momento, a ser más humanos y perfeccionarnos, a poner nuestros dones al servicio de los demás, a cumplir nuesta misión en el mundo.
[1] Frankl, Viktor. El hombre en busca de sentido. Editorial Herder, Barcelona, España. Edición XXI, 2001.