
El Tonelero
Cuando en el mundo había hadas
y magos y nigromantes
y princesas encantadas y palacios rutilantes
Cuentame como verdad
que un artesano grosero
ganaba mucho dinero
en cierta antigua ciudad.
Era Rodolfo su nombre
tonelero su ejercicio
y le dominaba el vicio
más detestable en el hombre
avariento sin igual.
Nunca descanso tomaba
todo el día trabajaba
para aumentar su caudal.
Y lo que es aún peor
nunca se privó de un cobre
para aliviar el dolor
y la miseria de un pobre.
Cierto día hacía un tonel
y en el acto que acababa
una mujer que pasaba
se detiene en el dintel.
Pálida, desencajada los ojos,
hundidos los brazos,
las ropas hechas pedazos,
todo en ella reflejaba
la suerte más infeliz.
Rodolfo no la miraba
pero ella humilde le dice:
“de mi compasión tened
no os pido señor dinero,
agua solamente quiero.
Agua dadme, tengo sed”.
Y responde el tonelero:
“¡pordiosera por ti dejar mi trabajo!
el río corre allá abajo,
y da su agua a quien la quiere”.
no tenés que molestarte dice la pobre mujer,
os basta con ordenar que me traigan de beber.
A cada uno por igual le basta con su destino,
sigue hermosa tu camino, trabaja, si quieres pan.
Entonces la pordiosera ardiendo en sublime ira le responde:
hombre duro y sin piedad sábete que un hada soy,
y que a castigaros voy por tu bárbara crueldad.
La vida te ha de pasar,
echando en tu tonel
sin que jamás lo consigas
tu ineficaz diligencia,
y pronunciando sentencia
desapareció la mendiga.
Rodolfo lleno de asombro
sigue la fuerza del sino
y echando el tonel al hombro
toma del río el camino.
Echo en el río el tonel pero vacío salió,
otra vez lo sumergió,
y el agua no entraba en el.
Rodolfo en ansia mortal dice:
qué es esto Dios mío,
y otra vez echaba en el río
y siempre con fruto igual.
En vano arroyos buscó,
en cisternas y corrientes,
en raudales y en vertientes
el tonel seco quedó.
Entonces el corazón
de aquel rústico obcecado,
se arrepiente y humillado
implora de Dios perdón.
Piedad exclama Señor
Reconozco mi delito
y confieso con dolor,
que merecí su maldito
con lágrimas debo expiar
las que yo nunca enjugué.
Vida de pecado fue
la que me viste llevar
no me trates con rigor Dios mío por lo que he sido,
ved que estoy arrepentido
¡Misericordia Señor!
Y amargo como la hiel
El llanto en sus ojos brota,
y de ese llanto una gota,
solo una, llenó el tonel.